Después de la restauración del retablo, la distribución de las distintas escenas pintadas sobre tabla, dejaba un hueco en el ático que correspondía a la hornacina para la imagen del Santo, situada en su día, en el centro del cuerpo y sobre su predela. Eran las modificaciones que imponían las modas de cada época. Hoy ese lugar lo ocupa una pintura del Santo y el centro del ático, luce con singular esplendor el nuevo calvario.
La amistad de Antonio Adeliño con el pintor de Fuentemolinos, y la generosidad de ambos, nos permite contar con esta obra y completar la exposición catequética de nuestro retablo.
En la escena, queda plasmada la hora nona (tres de la tarde) del viernes santo; el momento de la muerte de Cristo en la cruz. El cielo se oscurece y la luz procede de los rayos de una tormenta que está a punto de descargar un chaparrón.
Al pie de la cruz encontramos la calavera de Adán, como símbolo de la muerte por el pecado, que acaba de ser vencida por la sangre redentora del crucificado.
En un primer plano, aparece la figura de la Virgen María, corredentora, con lágrimas en los ojos y sin entender todavía el misterio que está contemplando.
Al lado de la cruz, encontramos a San Juan, asombrado porque acaba de recordar las palabras de la última cena: “Esta es mi sangre de la alianza que será derramada por muchos para remisión de los pecados”.
En definitiva, la obra con ser moderna, no desentona con las tablas góticas que la rodean. Los colores han sido elegidos conforme a las tonalidades del resto del retablo, y si el autor hubiera resaltado más las aureolas de los santos; habría pasado el nuevo cuadro, como antiguo.
